En clave de Sol [Private].

Los pasillos por los que circulaba estaban completamente desprovistos de alumnos, profesores o personal alguno; caminaba a paso lento, imperceptiblemente cauteloso, buscando un cuarto en especial que estaba detrás de alguna de aquellas innumerables puertas que se mostraban a cada lado del amplio corredor.

Por fin se encontró ante el lugar, la cuarta puerta de la izquierda, contando hacia atrás. Con sigilo husmeó buscando signo alguno de actividad en aquel lugar, más sólo oyó, paradójicamente, el silencio reinante. Girando el picaporte esférico, echa una última mirada hacia el cartel que indica que aquella es la sala de música, y sonríe complacido al notar ausencia de cerrojo.

Cierra detrás de sí y enciende la luz junto al marco; va hasta la esquina del cuarto, quitándole la sábana a un enorme mueble, que al ser descubierto se reveló como un lustroso piano. Spencer pasó su mano sobre la pulida superficie de la tapa y no perdió tiempo al abrirla, sentarse frente al imponente instrumento y comenzar a deslizar sus dedos por las marfileñas teclas.

Iba caminando por los pasillos, no sabía que buscaba en concreto, pues no conocía todavía muy bien el instituto. Cuando iba por uno de los pasillos, una luz le hizo pararse. ¿Sería alguna clase? Se acercó hasta allí y la abrió con cuidado, encontrando en su interior a un chico tocando el piano. Esa era su pasión, le encantaba ese instrumento.

Se adentró, acercándose hasta donde se encontraba el chico. Le gustaba la melodía que estaba creando el otro y no pudo evitar apoyarse en el instrumento y cerrar los ojos para sentir aún más la música que manaba de aquellas teclas.

-Es una hermosa melodía... ¿la has creado tú? -lo miró inocentemente, dejándole ver la fragilidad de la que era dueño. El aroma que poseía el otro le decía que era un felino pero no le importaba, no tenían porque estar siempre peleándose ambas razas.

Aún sin necesitarlo, su mirada permanecía fija en un punto muerto entre el patrón blanco y negro de las teclas del piano; simplemente perdido en la música, concentrado en cada nota, compás y tiempo.

No necesitó el sonido de la puerta cerrarse, o escuchar, pues no los hubo, pasos en el piso de madera para saber que alguien había entrado a la habitación; era simplemente la ruptura imperceptible de esa aura que formaba en torno suyo lo que le avisaba que ya no se encontraba solo.
Aunque esta vez, resultaba difícil notarlo; no siempre se encontraba con personajes sigilosos, cazadores al igual que él. Esta vez, era justamente lo que sucedía. Sus sentidos se tensaron al reconocer el aroma.

Bastó alzar la mirada para descubrir al desconocido, y sentir su cuerpo relajarse: la agraciada figura de aspecto albino que reposaba con los ojos cerrados sobre la fría superficie oscura del piano, que hacía resaltar la blanca piel.
En absoluto amenazador. Al notar que abrió los ojos, mostrando las profundas y llamativas orbes escarlata, escuchó la suave y pura voz que le cuestionaba y, sin apartar su mirada verdosa, procurando no sobresaltarle con un estrepitoso fin fue menguando poco a poco el sonido de las teclas hasta detenerse en un armonioso do. Fue entonces cuando asintió leve y educadamente con la cabeza.

-Gracias –replicó con voz suave, apartando un mechón de cabellos oscuros que le dificultaba observar al muchacho, colocándolo detrás de su oreja- Sí, la creé hace un par de años.

Recostando el mentón sobre la palma derecha, apoyó su codo contra el borde del piano. Una leve sonrisa tiró de la comisura de sus labios y Spencer cedió al impulso.
-Qué peculiar encontrar a un lobo que le guste la música –comentó entonces, ladeando con gracia su cabeza.

-Bueno... no es tan extraño... en mi familia siempre han sido amantes de la música -se sonrojó fuertemente pasando sus dedos por un par de teclas, dejando oír el comienzo de una suave melodía que había aprendido años atrás -. A mí me resulta extraño encontrar a una pantera a la que le guste la música.

Seguía tocando distraídamente, mirando al mayor a los ojos, pues creía que era mayor que él. Cuando se dio cuenta de que estaba tocando e invadiendo el espacio del otro, se separó inmediatamente, enrojeciendo con fuerza.

-Lo siento, no quería molestarte -pensaba que le había molestado al invadir su espacio personal. De nuevo se había apoyado en el mismo sitio que había usado mientras el otro tocaba, con las mejillas completamente rojas y la mirada agachada.

Sus oídos sensibles captaron con total atención la plácida melodía que los delicados dedos blancos comenzaban a crear con las teclas del piano -Podríamos llamarnos una peculiar excepción –comentó con tono divertido, la misma expresión relajada grabada en sus ojos verdes al mirar al muchacho.

Sonrió de medio lado al notar el sonrojo, cuyo motivo desconocía, que se apoderó de las mejillas albinas, tiñéndolas de un suave tinte rosado.
-Lo siento, no quería molestarte –la voz del menor sonaba bajita y apenada, mientras su figura se encogía nuevamente, volviendo a su lugar inicial en la esquina del piano. La sonrisa de Spencer se extendió un poco más por su rostro al comprender. Incorporándose, extendió una mano a través de la amplia tapa del instrumento y apresó con suavidad la pequeña mano con la suya; le guió hasta él, haciéndole rodear el piano por un lado, dirigiéndolo luego hasta el ancho asiento que él había estado ocupando.

-La melodía que habías comenzado a tocar –especificó entonces, mientras le hacía sentarse junto a él- ¿Podrías comenzarla de nuevo? –se encogió de hombros al continuar- Comenzaba a gustarme mucho.

Se alegró de que el otro dijera que su canción le había gustado y quería que la empezara de nuevo. Acomodándose en el banco, comenzó a deslizar sus gráciles dedos por las delicadas teclas, sacándoles una hermosa melodía. No recordaba su nombre, pero siempre la había tocado para calmar su espíritu.

-¿De... de verdad... te gusta la melodía? -seguía deslizando sus dedos por las teclas, le hacía sentirse mejor el escuchar esa melodía. Cerró los ojos para sentirla en todos los sentidos, dejándose llevar por la música.

Con una leve sonrisa observó que, luego de preguntarle con aquella voz dudosa, los ojos carmesí se vieron cubiertos por los párpados de piel delicada y blanca. Se echó un tanto hacia atrás en el banco del piano, prestando suma atención a cada nota, grabándolas minuciosamente en su memoria.

-Es como un calmante -comentó con diversión, en un tono de voz bajo y suave para no romper el ambiente que la suave música que el chico tocaba estaba creando en el cuarto de música.
Luego su mirada verdosa y atenta se deslizó hasta los dedos delicados, subiendo por los esbeltos brazos, los menudos hombros y finalmente el agraciado rostro, imaculado e inocente, levemente inclinado sobre el instrumento, como absorbiendo la música que de allí emanaba.

Con lentitud se inclinó contra el menor, de forma imperceptible.
-¿Cómo te llamas? -inquirió en el mismo tono suave que había usado antes.